Ciudad de México, 19 de junio de 2011, 22:00 hrs. Un gato pequeño me sigue en mi caminata por la calle San Lorenzo, en la colonia Del Valle. Hemos recorrido varias cuadras juntos, y aún no logro precisar su apariencia. Luce un indeciso color de sombras (se sabe: de noche, todos los gatos son pardos). No conozco a este felino, pero estoy segura de que podría llamarse Catástrofe. Debería. Carlos Monsiváis, muerto hace un año, tuvo un gato con ese nombre. Uno entre muchos.
Evoco al amante de los gatos, que es evocar también al gran frecuentador de la poesía que fue Monsiváis. Escribió unos cuantos olvidados poemas —según consta en la bibliografía del Diccionario de Escritores Mexicanos, publicado por la UNAM—, pero sus prólogos, capítulos en libros, antologías, crónicas, biografías y ensayos dan fe de una amplia labor como lector de poesía. Esta faceta suya fue justamente reconocida en 2006 con el Premio de Poesía Ramón López Velarde.
Supongo que los gatos caminan a veces por las veredas de la poesía. Pienso en Roxana Elvridge-Thomas, poeta mexicana contemporánea: otra amante de los gatos. Pienso en Nahui Olin y su gato negro Menelik, al cual nombra en un cuadro y pinta en sus poemas. Y pienso en Monsiváis bautista. Sus gatos le provocaron deliciosas figuras retóricas: Recóndita Armonía, Monja Beligerante, Rosa Luz Emburgo, Ansia de Militancia, Eva Sión, Fetiche de Peluche, Fray Gatolomé de las Bardas, Chocorrol, Miau Tse Tung, La Monja Desmecatada, Carmelita Romero Rubio de Díaz, Miss Oginia, Miss Antropía, Catástrofe, Pio Nonoalco, Nana Nina Ricci, Posmoderna, Mito Genial, Caso Omiso, Zulema Maraima, Voto de Castidad (Votito), Catzinger, Peligro para México, Copelas o Maúllas (La Jornada, 20 de junio de 2010). Al nombrar sus gatos, Monsiváis se expresó como un poeta.
En otro sentido, pienso en el destino de Plutón, en el texto de Edgar Allan Poe (en Poe, la poesía emana de sus cuentos). Sabedor de desgracias de felinos y de acciones justicieras, Monsiváis se unió a Gatos Olvidados, asociación protectora de estos animales.
Aún me sigue el gato anónimo, al cual llamaré Catástrofe Segunda, en mi caminata nocturna por la calle San Lorenzo. A San Lorenzo lo asaron en una parrilla y a una gata —que luego defendió Gatos Olvidados— le sacaron los ojos. El mundo es cruel, ya lo dijo Poe, pero hay todavía quien lucha por las causas —ojalá no— perdidas. Para transformar, Monsiváis nombró. Esta aparentemente sencilla acción lo es todo. Se salva del no-ser lo que se nombra. Se trata del primer paso para intentar un cambio.
Vi a Monsiváis el 8 de mayo de 2008, cuando le otorgaron el grado de doctor, no honoris causa, sino «honoris causas perdidas» (sic) en el plantel de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) que se encuentra precisamente en esta calle San Lorenzo, casi a espaldas del Hospital 20 de Noviembre. El gran defensor de las causas difíciles lucía exhausto en su homenaje. Aun así, firmó innumerables autógrafos en cartulinas ovales con una fotocopia de un retrato suyo, pegadas a palos de paleta, que ofrecieron los organizadores.
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El autógrafo de Monsiváis en la paleta de cartón que dieron los organizadores del homenaje en la UACM en 2008. |
He perseguido las sombras de Monsiváis hasta llegar a un restorán —cerrado por las noches— que se llama Don Quijote. Justamente frente a las puertas de la UACM, solitaria ya a estas horas. Catástrofe Segunda ha desaparecido. La calle me llevó por la poesía, la retórica, las causas desesperadas, lo quijotesco. No hay audio en estos recuerdos, sólo vislumbres vertiginosas que en mi saturada memoria se almacenan como mapas de imágenes. Es hora de regresar a casa. Hora de cerrar el archivo y desconectar mi USB.
Me ha gustado mucho tu comentario sobre los gatos y Monsivais. Soy una escritora paraguaya y te cuento que en mi país, hubo una grande de la letras, Josefina Plá, española de Canarias. Ella ha escrito poesía, cuentos, ensayos miles y era una mujer culta y muy valiente (vivir en un país chiquito como el nuestro, siendo viuda y volviendo amar, es una prueba inmensa de coraje), ella pues, la Josefina, tenía más 30 gatos merodeando en su galería externa, donde dictaba a su amanuense (dactilógrafo) todas su creaciones. Había gatos negros, pardos, a rayas anaranjadas y también gatos a rayas grises. Había gatos blancos y manchados, todos ellos bohemios impenitentes y muy educados en las últimas corrientes literarias, pues ponían sus patitas sobre los escritos de Josefina y a veces se acostaban sobre ellos, ronroneando, satisfechos de la obra de su ama. Yo, como soy una escritora menor, he tenido muchos gatos, pero por turno. Ahora soy dueña de Cervantes, un gatito manco de la patita delantera derecha, es blanco, hermoso y astuto, porque sabe defenderse del ataque de un cachorro y de una perra de policía que suele enojarse con él. Estoy encantada de haberte leído, soy Lita Pérez Cáceres.
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Muchas gracias por tu comentario, Lita. Sin duda, los gatos van con la literatura… En el texto de Monsiváis olvidé mencionar a la gran Elena Garro, quien vivió rodeada de sus más de treinta gatos. Por mi parte, he tenido también varios gatos, pero máximo dos al mismo tiempo. Ahora tengo sólo uno lindísimo que se llama Novo.
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