Texto leído en el Homenaje a Héctor Carreto. Ciudad de México, Plantel Del Valle de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 21 de febrero de 2024.

En 2005 conocí a Héctor Carreto. Ese año tomamos un curso de inducción al modelo educativo de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, fundada apenas hacía unos años. Un gran salón del Plantel San Lorenzo Tezonco, reluciente, se llenó de profesores de nuevo ingreso. Ahí nos enteramos de que había escritores profesionales entre nosotros: Héctor Carreto y Mónica Lavín. Fue la gran cosa para mí, que había publicado recientemente mi primer libro formal, Efigie de fuego, seleccionado en la convocatoria 2003 del entonces Instituto Mexiquense de Cultura.

No lo dudé, tenía que regalárselo a Héctor para que me diera su opinión. A él siempre acudían muchos escritores para que les comentara sus textos, les hiciera la cuarta de forros o el prólogo, les presentara sus libros o les escribiera una reseña. Me acerqué a Héctor sin miedo, porque se veía amable, sonriente. Y se llevó mi libro. Pensé que le tomaría algún tiempo la lectura, dadas sus muchas ocupaciones. Pero no.

Al otro día —creo que aún estábamos en el curso de inducción— me dijo que le había gustado mucho. Ahí empezó nuestra amistad. Desde entonces me consideró una poeta, y me honró con sus consejos y su compañía. Se volvió mi mentor y mi maestro.

En el cubículo de Héctor, donde tantos universitarios nos reuníamos, tuvimos grandes charlas. Me gustaba pasar a verlo antes de la clase para tomar café y platicar. En aquella época me presentó mi libro Efigie de fuego en el plantel, y tuvimos lleno absoluto. Más tarde, cuando terminé de escribir Embosque, me escribió una cuarta de forros preciosa.

En su cubículo me dio a conocer poetas y pintores, me habló de películas y series. Recuerdo, por ejemplo, su afición a Los Soprano. La verdad es que Rosario Covarrubias la había conseguido en discos compactos, como antes se usaba. Se lo comenté a Héctor, y se la presté. La vio entera en poco tiempo. Le gustaba mucho. También me acuerdo de algunas charlas que tuvimos sobre el pintor norteamericano Edward Hopper, al cual me aficioné desde entonces.

Otro recuerdo de aquellos tiempos que ya se fueron es la imagen de aquel grupo de muchachos que dieron en llamarse los Poetas con Sombrero. Se tomaron alguna foto con Héctor, que ahora miro en la memoria. Eran estudiantes muy talentosos, y ahora son profesores y escritores, como Manuel Villanueva Guevara y Atzaed Arreola, entre otros.

Por entonces, con el apoyo de su compañera, la poeta y querida amiga, Dana Gelinas, Héctor gestionó la beca para publicaciones del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Me distinguieron con la inclusión de mi libro Lapidario en su Editorial Fósforo. La portada la hizo su hija, Renata Contreras Gelinas.

También en aquella ocasión Héctor les publicó sus libros a nuestros colegas y amigos de la UACM, Adriana Jiménez García e Isaí Moreno, entre otros autores. Y a los muchachos poetas. Héctor me encargó el prólogo de Poetas de reserva, coordinado por Lucía Izquierdo. Libro entrañable, que reúne a sus discípulos de entonces, también alumnos míos. Lo presentamos en la librería Elena Garro de EDUCAL, en el Barrio de La Conchita, en Coyoacán.

Nuestra amistad se fue extendiendo en el tiempo. Nos íbamos encontrando en la universidad y en las ferias, los eventos, los salones. Héctor presentó mi libro Embosque, cuando finalmente se publicó. También recuerdo a mi amigo aquella vez, en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, donde Leticia Romero Chumacero le organizó un homenaje en vida. Y en la Feria Internacional del Libro del Zócalo, donde Grissel Gómez Estrada le presentó su libro Clase turista. Y en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, donde Héctor y yo y otros poetas leímos nuestros textos incluidos en la antología La ciudad de los poemas, compilado por Claudia Kerik (Dana Gelinas estuvo entre los presentadores).

Héctor Carreto fue también un gran mentor. A él le debo haber dado clases de poesía en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia del INBAL. Él diseñó y coordinó el Diplomado en Creación Literaria en dicha institución, así como los diplomados correspondientes en los estados.

Cuando me cambié del Plantel Tezonco al Plantel Del Valle de la UACM, sentí, sobre todo, ya no ver a Héctor tan seguido. Me dijo en broma que los había abandonado. Pero no perdimos el contacto: con motivo de la publicación de su libro con nuestro amigo mutuo, Roberto Mendoza Ayala, de Darklight Publishing, todavía tuvimos una última actividad en conjunto. La presentación de nuestros respectivos libros. Y más adelante, en el Festival Semillas, hicimos una lectura con los alumnos. Fue la última vez que vi a mi amigo.

Y la última vez que nos escribimos Héctor y yo fue a causa de mi nuevo libro Pigmentos para la melancolía, pues le pedí a la poeta Dana Gelinas, su compañera, la cuarta de forros. Espero que Héctor haya alcanzado a leer mi libro entonces inédito. Ya no lo vio publicado.

Héctor Carreto, el agudo epigramista, el imitador de voces, el humorista en la poesía, el pensador contemporáneo —a lo Edward Hopper—, seguirá siendo valorado en el futuro. Por mi parte, atesoro sus libros, todos ellos dedicados.

Querido Héctor: no entiendo tu muerte, no sé cómo es posible que te hayas ido. No voy a dejar de extrañarte nunca. Adiós, amigo mío. Adiós.

En la presentación de La ciudad de los poemas, compilado por Claudia Kerik, con mi amigo Héctor. Antiguo Colegio de San Ildefonso, Ciudad de México, 3 de marzo de 2022. Foto: Rosario Covarrubias.

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