Iliana Rodríguez Zuleta
Texto escrito para la presentación del libro:
Gustavo Sáenz, Desierto [s], México, edición de autor, 2023.
Desierto [s], de Gustavo Sáenz, propone una variedad de paisajes emotivos, registros dialectales, intersecciones de sitios y tiempos, personajes, y referencias a otras obras. Se trata de un poemario que muestra el desierto interior de quien habita otros desiertos: la palabra, la ciudad, otras ciudades, otras palabras. Las ausencias.
Entre los paisajes emotivos destaca la figura de quien queda vivo, sobreviviente de sus muertos, habitado por sus fantasmas. Se trata de un abismo, ya que, por fuera, el sobreviviente parece solitario y, por dentro, es abrumado por las presencias de la ausencia: “Te siento en la tarde, / cuando mi mente atareada / te recuerda sin aviso / en ese color amargo de tu ausencia. / […] Desnudo ante tu recuerdo” (46-47). Se contrapone el afuera y el adentro, ya que la cotidianidad prosigue, pero nos morimos por dentro. Como cuando, en la ducha, asaltan las memorias: “Lloré acuclillado y desnudo / debajo de la regadera / tullido / abotagado / dándole vueltas a tu nombre” (66).
Otro de los paisajes emotivos es el del posmoderno, habitante de ciudades posmodernas. Se banaliza la soledad, el sexo se banaliza. Si en el paisaje del sobreviviente hay presencias evanescentes, aquí solo hay evanescencia. La banal contemporaneidad: “Muéstrame tu cero-uno abierto, / amor binario para un threesome posmo en HD” (28). El idioma inglés aparece, perturbador y lúdico: “Bed of roses and [eyacular]” (26).
Los registros dialectales y el cambio de idiomas muestran una poética cosmopolita, interesada por la desolación del mundo. El inglés, ya se vio, aparece en momentos sexuales, en juegos de video y otras posmodernidades. La lengua náhuatl entra en un epígrafe, nada menos que de un canto de Nezahualcóyotl: “Ma ca aic nimiqui / ma ca aic nipolihui (¡Oh, si nunca yo muriera, / oh, si nunca desapareciera!)” (63-64).
Un cierto uso del español argentino, en cambio, lleva a evocaciones de algo que parece conocido, pero no es: “Invertimos, piantaos, el sufijo: una sola realidad es peligrosa” (51). Empapa el oído de otras realidades: “Y ¿qué importa, bebeta? / […] Puedo pegarme un tiro en un bar de puta muerte / o beber contigo yerba / en un raro mate de acero inoxidable” (39).
La evocación de Argentina, no solo en los usos dialectales, sino también como referencia histórica, conduce directamente a las dictaduras suramericanas de la segunda mitad del siglo XX: “Su cuello, / empiolado con diecisiete vueltas, / aspira la humedad / del Río de la Plata” (24). Esa tierra latinoamericana resulta también motivo de nostalgia. “Fue un error: Buenos Aires está cada día más lejos” (57). La lejanía se conceptualiza como exilio: “Migración, / sentimiento de orfandad, / dejar atrás el olor de la tierra; / en la memoria, el abrazo paterno” (73).
Entre los personajes que Gustavo Sáenz presenta en Desierto [s], destaca una especie de ángel o ser alado, que alguna vez encarna justamente a una víctima de la desaparición forzada en Suramérica: “Sus alas, de negras plumas, / con alambre de púas atadas, / no consiguen escindir / la algodonada prisión” (24). Otra vez parece más una epifanía: “Sus polícromas plumas, / cosmovisión de paz y sabiduría” (36). Es, asimismo, el pase para la huida definitiva: “Un par de plumas / me fugarán de tu ribera” (38).
Otros personajes destacados en este libro son los muertos del autor. Parte de la propia construcción de él, como sujeto enunciativo (y quizás como persona), descansa en ellos, en su añoranza. “La noche es dolorosa: / acarrea mis pensamientos / hacia todos mis muertos. / Se equivocaron, / se fueron antes de tiempo, / sin esperarme. / Erraron” (71). Lo dejaron en uno de sus desiertos.
Sin embargo, la obra se puebla de otras obras, de otras presencias. Ahí están los poemas homenaje a “12”, de Oliverio Girondo, que escribe Gustavo Sáenz: el poema “X”, que dice: “La palabra sexo, sexa; / obsesiona, dentellea, apapacha; / acosa, acusa, resuella, arrejunta” (30). Y el poema titulado “Los amantes”, donde se lee: “Se miran, se presienten, se desean, se acarician, se besan, se desnudan, se respiran” (42).
Por otra parte, los epígrafes de las secciones de Desierto [s] pueden leerse como una declaración de principios. Se arma a través de las voces de François Mauriac (sección Asfaltos): “La vida no nos roba a los seres amados. / Al contrario, nos los guarda / y nos los inmortaliza / en el recuerdo” (17); de João Guimarães Rosa (sección Páramos): “¿Qué fue de él, el loco, qué fue de él, el zafado?”; de David Baizabal (sección Valles): “Hay un libro en mi estantería […] en la portada puedo leer todavía las impregnadas líneas de tu mano” (49); de Nezahualcóyotl (sección Selva noche): “¡Allá, donde no hay muerte, / allá donde se alcanza la victoria, / que allá yo fuera” (64); de José Gorostiza (sección Pantanos): “La poesía ha sacado a la luz la inmensidad de los mundos que encierra nuestro mundo” (75).
Esta especie de poética, en juego intertextual, enlaza con las declaraciones del (a manera de) prólogo que el propio Gustavo Sáenz escribe:
Este poemario consta de cinco capítulos que corresponden a una alegoría de una etapa diferente de la vida y que no se evidencia. A su vez, cada sección consta de diez poemas, numerados, no titulados en su mayoría. El libro completo tiene como elementos unitarios la muerte y la ausencia, la añoranza por personas y lugares, el impulso por retornar a la semilla (9).
La travesía por estos ecosistemas, a su manera desérticos –asfaltos, páramos, valles, selvas noche y pantanos– va transformando a quien encuentra, entre las ausencias que lo abruman, la presencia de la buena poesía.
Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Plantel Del Valle, 2023.


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